22 de març del 2011

Hogar hay más de uno

De nuevo en República Checa, en Praga, en Mordor, en Hostivar, en la ciudad. A veces da lo mismo como llamemos las cosas porque su significado no cambia. Somos expertos en poner nombre a las cosas, cuando a veces no hace falta. Las letras, las palabras, muchas veces son incapaces de trasladar todos los sentimientos que queremos transmitir cuando unimos esos sonidos. Ahora mismo, todos estos nombres son sinónimos de casa, de hogar, de lar. En un mes y una semana este edificio soviético llamado Hostivar, a una media hora del centro de Praga, se ha convertido en mi casa. Ya me he adaptado a esa moqueta que absorbe todo lo que hay encima de ella, a despertarme con los pies de Júlia en la cara, a no poder cocinar, a tener la comida en una nevera en el pasillo con candado, a la false pregnant, a las camas que no son camas, a tener la espalda hecha polvo las 24 horas del día. Ya no se me hace raro comer allí donde estudio, o comer en el suelo en el pasillo, o no cocinar porque en la cocina no cabe nadie. Ya no se me hace raro coger el supertram, al frío de la habitación, que se nos caiga el techo del baño cuando nos duchamos, que Carmen nos pueda contestar viviendo en el piso de arriba.

De hecho no es que no se me haga raro, es que sin esto ahora no puedo vivir. Suena raro, pero un fin de semana sin ver a la gente o sin ver mis fotos colgadas en esa pared tan sucia, se me hace muy raro. Porque ahora este es mi presente, es mi vida. Una falsa vida durante cinco meses. Una falsa vida que es tan real que nadie puede creerse.

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