7 d’abril del 2011

La felicidad, en minúsculas

A veces me da miedo pensar que no disfrutamos suficientemente de la vida. Que pase la vida buscando la felicidad y cuando piense en lo que he vivido me de cuenta que ya me pasé la estación buscando la estación principal. Me asusta pensar que hay demasiados días que nos acostamos sin saborear esos pequeños momentos felices que tienen todos los días. Nos empeñamos en pensar que nuestra vida puede ser mejor, que lo malo siempre es más importante que lo bueno, que la felicidad está al final del camino, que la tormenta siempre tapa el sol y que la felicidad se escribe en mayúsculas. Pero la verdad, todos debéis saber (si no lo sabéis ya) que la felicidad se escribe en minúsculas. La felicidad no es única, no tiene sentido por sí sola. La felicidad no existe más allá de nuestro día a día. La felicidad no es mirarnos en veinte años vista y ver que hemos conseguido todo lo que anhelábamos. Que tenemos hijos, trabajo, un marido que nos quiera y que hemos viajado por todo el mundo. La felicidad es algo más simple que todo eso. Es disfrutar de los pequeños placeres de la vida. La felicidad es lo que Praga me está dando a mi. Con momentos de inmensa felicidad, con momentos de esos que en Barcelona pasan casi desapercibidos. Y no porqué no los tenga, sinó porque no los interiorizo. La felicidad, la de con letras minúsculas pero más mayúsculas que nunca porque es la que en verdad me alegra, la he encontrado hoy en el tranvía, con Sabina, la piña y el sol. La felicidad llegó hasta mi observando el Moldava, andando sin rumbo, sentada en el césped, hablando de temas banales, mirando a los ojos de alguien, pensando que eso es felicidad y disfrutándolo.

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